Los poderes fácticos

Es lo mismo todo el mundo,

La culpa es de los pobres,

Los ricos son los que disfrutan,

Qué pena.

- Anónimo

La pequeña Susie no se matricula en un jardín de infancia concreto porque esa sea su elección personal entre los centros escolares; cuando sea un poco mayor, podrá influir en la elección de sus centros de secundaria y bachillerato, pero la autoridad legal para hacerlo nunca es suya, mientras siga siendo menor de edad.

Pero, ¿quién dice que tiene que ir a la escuela?

Los padres gozaban de esa autoridad en la mayoría de las sociedades eones antes de que las legislaturas de los estados americanos, a mediados del siglo XIX, se hicieran cargo de los hijos.th El término "escuela" implicaba unos requisitos mínimos que debían cumplir tanto los proveedores públicos como los privados. Un estado incluso intentó por la fuerza escolarizar a todos los niños en sus propias escuelas públicas; fue Oregón, y el Tribunal Supremo consideró que esto violaba el derecho y la potestad constitucionales de los padres a elegir la escuela.

Así pues, tanto el Estado como los padres tienen un cierto margen de autoridad. El Estado decide qué se considera escuela; los padres deciden cuál, si pública, privada, religiosa o en casa.

Hasta aquí, el panorama del poder parece bastante claro; el Estado tiene, y emplea, la autoridad para decir: "¡Vete!". Los padres tienen el poder de decir: "¡Ve aquí!". Y así, los niños van a la escuela que prefieren sus padres. Una feliz historia de familia democrática.

Sí, pero que quede claro. Este no es un caso de libertad y justicia para todos. Justicia, sí; tanto el niño como la sociedad merecen tener, y hacer, la voluntad de los padres sobre éste, nuestro joven, enriquecida por su experiencia personal cercana y su afecto. ¿Pero "libertad"? No; la decisión de los padres es un acto de poder. Y así debe ser. El niño carece de la experiencia necesaria para proteger su propio interés.

Algún humano adulto debe elegir - y el mejor para la tarea es aquel que conoce al joven Tom y se preocupa por él. ¿A quién mejor podríamos nombrar que a ese miembro de la familia que ha estado cerca y ha sido responsable del niño?

Pero... ya saben lo que sigue. Los padres, por diversas razones, pueden conocer y preferir una determinada escuela pública, pero está en una zona de asistencia donde no pueden permitirse vivir; o pueden decidirse por una escuela religiosa privada, pero no pueden pagar la matrícula, aunque sea la mitad del coste por alumno para los contribuyentes de P.S. 22".

Está claro que recae en completos desconocidos para Susie y Tom, en élites cuyos antepasados políticos diseñaron hace mucho tiempo un sistema para "rescatar" a esos niños de las supersticiones religiosas y los hábitos de clase baja de sus familias inmigrantes -judíos, católicos y similares- para que fueran redimidos por el verdadero mensaje del Nuevo Mundo.

En nuestra época, los legisladores y gobernadores de los estados (hoy en día con esperanzadoras excepciones) hacen florecer este vetusto sistema, preservando la estructura victoriana que recoge y asigna a los niños de los pobres a su destino en el centro de la ciudad. Los sindicatos de profesores aplauden y se aseguran de que los legisladores no se desvíen del camino. Mientras tanto, los más cómodos de entre nosotros aquí en los suburbios desplegamos nuestro poder sobre Susie y Tom mientras votamos a los mismos políticos que han desempoderado a la familia del centro de la ciudad.

Mientras tanto, "el pueblo", esa máxima autoridad, expresa en encuesta tras encuesta su firme apoyo a alguna forma de elección parental subvencionada. ¿Por qué nuestro sistema "democrático" no refleja esta realidad política en el ejercicio de su evidente poder?

Al parecer, algún sutil locus de control previo lo tiene dominado. Me pregunto cuál podría ser ese oscuro poder.


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POR John E. Coons

John E. Coons es profesor emérito de Derecho de la Universidad de California en Berkeley y autor, junto con Stephen D. Sugarman, de "Private Wealth and Public Education" y "Education by Choice".

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